San Sebastián. Abril'11 |
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Después del baile. Hubo tres llamadas más. A casa, al móvil. Tu voz en el contestador de voz. Mensajes en él, como en las películas.
Después del baile. Hubo tres llamadas más. A casa, al móvil. Tu voz en el contestador de voz. Mensajes en él, como en las películas.
Un día en lugar de tu voz, estaba esa canción que te cantaba mientras bailábamos en la fiesta.
No me imaginaba, que tú, el chico de la camisa de cuadros me invitase a un baile, en aquella fiesta, repleta de enemigos conocidos. No me imaginaba que en medio de todo el gentío, tu mirada se cruzara con la mía, ni que cogieses el micro y gritaras que querías conocerme. Eso fue lo más mágico de toda la noche. Y que me preguntaras que quería hacer. Y susurrarme bajito, que querías escaparte conmigo a cualquier lugar, a otra parte. Y que si eso no podía ser, que si había venido acompañada, que te conformabas con sacarme a bailar.
El día dos, me dijiste tu nombre. Y me invitaste a un batido de frutas. Nos sonreímos durante más de media tarde. Eramos dos desconocidos felices. Al llegar a casa, la canción en el contestador. Y una sonrisa de oreja a oreja. Próxima cita: en la estación de trenes. Destino: cualquiera.
Recuerdo que te dije, que tenía muchas ganas de escapar. De perderme. Que sólo me faltaba un compañero de viaje, que siempre le había tenido miedo a eso de hacerlo sola. Tú, me cogiste de la mano y dijiste: vamos a derribar los recuerdos, vamos a cambiar de dirección, vamos a encender la luz.